Expertos en todas las sutiles variantes de la magia y la brujería acaban de cerrar en A Coruña su 23º congreso, detalle que en sí mismo ya constituye una paradoja. Lo natural, en efecto, debiera ser que los peritos en las artes de la hechicería, la cábala y la nigromancia se reuniesen en aquelarre; pero se conoce que los nuevos tiempos exigen nuevas fórmulas. Hay quien se toma a broma estos delicados asuntos, aunque sea cruzando los dedos y con risa nerviosa. Personalmente, uno es partidario de no tentar al diablo. No son muchos los congresos que llegan con tenacidad anual a su vigésimo tercera edición, y este mero apunte estadístico da ya una idea de la seriedad con la que los organizadores se toman el evento.

Nada más natural, por otra parte, que estas asambleas de quirománticos, parapsicólogos, nigromantes, magos y augures se celebren en un país tan dado al encantamiento como Galicia.

Ya el maestro Cunqueiro dio fe en su momento de que todo es posible en este reino de sortilegios donde las sirenas arribaron siglos atrás a tierra para crear estirpes de origen marina

-como la de los Padín y la de los Mariño-; y en el que los ángeles sobreabundan de tal modo que ni siquiera don Álvaro alcanzó a numerarlos al completo.

Más allá de las tonterías que suele atribuirnos el tópico, la relación de los gallegos con la magia es pertinaz y, a menudo, premonitoria. Obsérvese, un suponer, la vieja definición galaica de encantamiento que es, como se sabe, aquello que vai polo aire e vén polo vento. Fácilmente se deduce que esta frase profetizaba hace ya muchas décadas el actual proceso de anulación de las concesiones de parques eólicos en Galicia. A los molinos etéreos que se multiplicaron durante el anterior Gobierno de Don Manuel se los lleva ahora el viento del nuevo Gobierno, como en la famosa película de Clark Gable.

Tan afianzado está el mundo de los espíritus en la Galicia de los petos de ánimas y de las parroquias de vivos y muertos que incluso la Iglesia ha acabado por tolerar -con los reparos pertinentes- algunas de estas prácticas.

Ahí está, por ejemplo, el caso de San Andrés de Teixido, afamada romería a la que acuden bajo forma de animales las almas de las pobres gentes que en vida no cumplieron con el ritual de la visita al santuario.

Fue noticia esos días de ahí atrás el supuesto restablecimiento de varias plazas de exorcista -una de ellas en Galicia- con las que la Iglesia trataría de hacer frente a las asechanzas de Satanás. La información será cierta o no, pero en todo caso no supone novedad alguna en lo que toca a este reino.

Los gallegos disponemos ya desde hace siglos de un peculiar centro de exorcismos -aunque no se les dé ese nombre- en el santuario de O Corpiño, allá por las afueras de Lalín. Al templo solían acudir hasta no hace mucho los endemoniados para sacarse de encima, o más exactamente de dentro, al malvado Lucifer. Y era realmente notable el modo en que renegaban del Maligno entre espectaculares convulsiones, sin necesidad siquiera de que el clérigo encargado de esos menesteres les aplicase los pertinentes golpes de hisopo.

Meras curiosidades, claro está. En realidad, y a pesar de nuestra dilatada fama, los gallegos no solemos creer en las brujas ni en los espíritus errantes. Otra cosa es que tengamos la absoluta certeza de su existencia; pero estos son detalles que no resulta de buen gusto comentar con los forasteros.

La fe ya nos va fallando, eso sí, en lo que atañe a ciertas supercherías de reciente importación como las llamadas misas negras y la multitud de ritos satánicos que últimamente han surgido por influencia de las películas de Hollywood.

Se trata de falsas modernidades que casan mal con la tradicional seriedad que en cuestiones de magia y brujería mantenemos por norma los galaicos. ¿Qué otro país, sino, sería quien de convocar a las ánimas a congreso?

Fuente: www.laopinioncoruna.com