El llamado diseño inteligente, la teoría que trata de demostrar científicamente que una intervención divina moldeó la aparición de la vida y el hombre sobre la Tierra, irrumpe en el sistema educativo estadounidense de la mano de corrientes de la Iglesia evangélica y de grupos fundamentalistas. Pese a generar una amplia oposición entre la comunidad científica, esta variante sofisticada del creacionismo promete tener un largo recorrido en el tiempo. No le faltan apoyos. Hace unos días, el Papa Benedicto XVI lanzó el mensaje de que el universo fue creado por un “proyecto inteligente” y criticó a aquellos que, “cegados por el ateísmo que llevan dentro, imaginan un universo libre de orden y dirección”. Su comentario fue inmediatamente celebrado como un aval por estos detractores del darwinismo vigente.Hay que admitir el diseño inteligente de esta teoría acuñada en 1991 por Phillip E. Johnson (en su libro Proceso a Darwin),considerada una forma de explicar científicamente la extrema complejidad de los seres vivos y supuestamente desprovista de contenido teológico. Tras rechazar el Tribunal Supremo de EE. UU. la enseñanza obligatoria en la escuela de la ciencia de la creación – sentenció que la teoría se sustentaba en textos bíblicos-, sus promotores la revistieron de argumentos científicos para conseguir que poco a poco fuera introduciéndose en las aulas. Como advertía en abril la propia revista Nature,la comunidad científica no debería ignorar el potencial de esta teoría, porque sirve para que estudiantes creyentes que sufren el dilema de apostar entre la razón y la fe acaben encontrando una manera de “reconciliar sus creencias con su interés por la ciencia”.

Esta corriente, de éxito creciente en Latinoamérica y que no tardará en ser motivo de debate en las comunidades científica y educativa de Europa, merece una serena reflexión. No parece muy inteligente descalificarla ridiculizando a sus partidarios, ni que sea aludiendo a la limitación intelectual que llevaría a un ser humano básico como, digamos, George W. Bush, a abrazar con entusiasmo una explicación del origen de la vida que le permite ahorrarse el esfuerzo de pensar, de dudar, de intentar afrontar uno tras otro los problemas a los que se enfrentan los investigadores de nuestro origen.

Sin dejar de oponer argumentos racionales a quienes defienden la teoría de la mano de Dios,científicos y docentes defenderán mejor el legado de Darwin si actúan en positivo. Demasiados enfrentamientos estériles genera en nuestra sociedad la religión como para no ver que no hay mejor estrategia que la seducción. Ha llegado la hora de festejar a Darwin, de enamorar a los jóvenes con el relato de la vuelta al mundo del biológo de Shrewsbury a bordo del HMS Beagle,de sumergirlos en la apasionante teoría de la selección natural. La directora del American Museum of Natural History de Nueva York, una de las catedrales mundiales de la ciencia, ya ha dado el primer paso en este sentido, organizando una gran exposición sobre Darwin que se inauguró el sábado y que estará abierta hasta mayo del 2006. Nada mejor que un festival de naturalismo, iguanas, monos, islas misteriosas y tortugas gigantes para advertirnos sobre la oscuridad del pensamiento antes de Darwin, para alertar sobre unas tinieblas que amenazan con eclipsar la luz de nuestras escuelas.

(Y para acabar, una pregunta: ¿cómo justifican los creacionistas que el diseñador inteligente depositara en las tortugas, y no en cualquier otro ser vivo, el don de la más extrema longevidad?)

Fuente:

http://www.lavanguardia.es/web/20051121/51197925359.html