Hola amigos:

Les posteo esta anécdota que cuenta un interesante analista de ciencia ficción.

Saludos

ARTES ADIVINATORIAS
por Manuel Nicolás Cuadrado


El único contacto de tipo adivinatorio que he mantenido en mi vida se produjo allá por principios del siglo XXI, en plena feria del libro de Madrid. Mi actual cónyuge (lo de mujer queda en estos tiempos civilmente poco correcto) se empeñó en visitar una caseta de libros de lo arcano y oculto, menos por el contenido literario de los mismos y más por una conocida adivinadora de televisión, que se encontraba en esos momentos firmando un libro de cosecha propia. Tampoco mi mitad cítrica (o media naranja, como se decía antes) estaba especialmente interesada en el libro de marras, sino más bien lo que le hacía ilusión era que le interpretara su signo zodiacal, sin duda en busca de interesantes datos sobre el futuro inmediato que le aguardaba.
Pero, hete aquí queridos amigos, que mi compañera sentimental (me gustaría que alguien me explicara alguna vez a quien se le ocurrió este término tan prosaico) se vio atacada por un arrebato de timidez repentina. O sea, que le daba corte acercarse a la pitonisa e interrogarle acerca de lo que le deparaban las estrellas.

Y como mi pareja (o más conocida antiguamente como parienta) sabía que estaba yo más cercano al desparpajo, a la bizarría y, por qué no decirlo, a la cara dura, me pidió que fuera mi persona la que pidiera cita oracular con la Sibila.

No crean que me porté del modo caballeroso y desinteresado que por regla general me caracteriza. Andaba yo entonces bastante enfurruñado por haber visitado 125 casetas literarias con los mismos libros de novedades (curiosamente siempre se repetía el de Harry Potter y el del Alcohólico Da Vinci) y no haber podido curiosear en las de librerías especializadas. Así pues las cosas, a cambio de tamaña pretensión augural pedí a modo de retribución pasarnos después por una cercana y jugosa caseta repleta de libros de ciencia ficción (oigan, nadie es perfecto).

Aceptado, no sin ciertas reticencias, el citado cambalache, me abalancé presto y gallardo sobre el chiringuito de la hechicera. No crean, lo mío me costó llegar hasta ella. Esperé pacientemente en la cola formada por ansiosos coleccionistas de autógrafos parapsicológicos. Escuché así mismo y sin torcer el gesto las consultas de los coleccionistas de profecías domésticas. Y por fin llegó mi turno. Y como casi siempre que me hacen esperar en una cola más de media hora, erré de manera estrepitosa (o más claramente, la cagué).

No crean que fui grosero, ni barriobajero, ni altivo, ni nada de eso. Sin duda afectado por la espera, la insistencia de mi novia, las consultas de mis predecesores y el calor que hacía en el Parque del Retiro a esas horas, decidí que la mejor manera de presentarme era con la fórmula clásica y tradicional del oráculo de Delfos. A saber:

Oh sabia y poderosa Pitia, ante ti comparecemos, humildes mortales, una vez realizadas las abluciones necesarias y presentados los preceptivos exvotos ante el deslumbrante Azura Mahzda. No deseo ningún vaticinio para mi triste persona, pero apiádate de mi amada y responde a sus cuestiones zodiacales. Gracias, oh, sabia entre las sabias. Y que en pago a esta pequeña dádiva, que la diosa Fortuna te sea propicia en las múltiples ventas de tu excelso grimorio.
O algo así le solté de sopetón a la adivina. El caso es que ya sea porque en mi ignorancia congénita confundí o mezclé el ritual griego con el babilonio o porque no di la entonación necesaria para que mi discurso fuera tomado suficientemente en serio, lo cierto es que a la televisiva bruja no le hizo ninguna gracia. Elevó los ojos de su libro y me fulminó con una mirada torva, resentida, maliciosa, carente de sentido del humor y, sin ánimo de ofender, bastante bizca.

Por último se dirigió verbalmente hacia mi cónyuge y le dijo que le leía el zodíaco, pero que a mi persona le iban a ir dando pena de extrañamiento y alejamiento a más de 25 metros de la caseta.

Así pues, me fui derrotado, raudo y veloz a la caseta de libros de ciencia ficción. Diez minutos más tarde mi colega de fatigas heterosexuales apareció con una sonrisa de oreja a oreja. Jamás me dijo que le contó sobre su zodíaco. Nunca sabré si la adivina me lanzó una maldición paralela. Hoy en día aún vivo con la duda y la angustia. ¿A QUE ACOJONA?.

© Manuel Nicolás Cuadrado, 3 de octubre de 2005

Tomado de www.ciencia-ficcion.com