La revista ‘The Lancet’ ha pedido a los médicos que sean «valientes y honestos» y reconozcan la falta de efectividad de una práctica que ejercen miles de profesionalesValentín Romero se encontró hace unos días en una finca sevillana con diez gatitos recién nacidos de los que cinco sufrían una conjuntivitis infecciosa. «Les preparé un baño con una dilución 30CH y, al cabo de una semana, todos estaban bien. Y un gato no puede sufrir el efecto placebo», dice el presidente de la Federación Española de Médicos Homeópatas (FEMH). Está convencido de que fue la homeopatía lo que curó a los animales, aunque no puede asegurar que no se tratara de una remisión espontánea y admite que en el preparado no había ni una molécula de principio activo.

«Cuanto más se diluyen las pruebas en favor de la homeopatía, mayor parece ser su popularidad», advertía el 27 de agosto en su editorial The Lancet. La prestigiosa revista médica publicaba un trabajo según el cual la efectividad de esta práctica se basa únicamente al efecto placebo y sentenciaba que ha llegado el momento de dejar de perder tiempo y dinero en más estudios para validarla: «Ahora, los médicos tienen que ser valientes y honestos con sus pacientes acerca de la ausencia de beneficios de la homeopatía, y consigo mismos acerca de los fallos de la medicina moderna a la hora de cubrir la necesidad del pacientes de atención personalizada».

Dos siglos estancada

La homeopatía nació hace casi dos siglos. Propugna que una sustancia que provoca los mismos síntomas que una enfermedad puede curarla; que, cuanto más pequeña es la dosis, mayores son sus efectos; y que cada paciente precisa de un tratamiento propio. En el último siglo, la medicina ha incorporado multitud de nuevos métodos de diagnóstico y tratamiento; pero la homeopatía sigue como en el siglo XIX, sin recibir el visto bueno de la ciencia. El estudio publicado en The Lancet constata, después de comparar 110 ensayos clínicos de preparados homeopáticos con otros 110 de medicamentos convencionales, que los primeros curan sólo por el efecto placebo, la fe del paciente en el producto y en quien se lo ha prescrito.

El efecto placebo es una variable con la que se cuenta antes de sacar al mercado cualquier fármaco. En los ensayos clínicos, se administra a una parte de los sujetos el nuevo medicamento y a otra, una sustancia inocua con la misma presentación. Ni el experimentador que la da ni el individuo que la recibe saben si lo que tienen entre manos es el fármaco o el placebo; es lo que se conoce como doble ciego y persigue que las expectativas de los participantes no contaminen los resultados. Por norma, un medicamento tiene que ser más efectivo que un placebo, algo que el equipo de Matthias Egger, de la Universidad de Berna, afirma en The Lancet que no sucede con los productos homeopáticos.

«Hay mucho que decir», apunta Juan Martín-Ballestero. El secretario de la FEMH, que agrupa a más de doscientos médicos que practican esta disciplina, sostiene que el error es de partida. «La homeopatía no tiene nada que ver con la medicina convencional y por eso los estudios clínicos son un fracaso». Este médico saca a relucir el viejo dicho de que no hay enfermedades, sino enfermos, y justifica la aparente contradicción de que se elaboren preparados en serie para una supuesta terapia individualizada. «No es que cada persona tenga un medicamento. Se trata de buscar el más próximo en su similitud. En el caso de cien pacientes con dolores de cabeza, puede haber quince tipos de medicamentos que cubran al 80%».

Martín-Ballestero admite que resulta difícil creer que una sustancia sea «energéticamente más potente» cuanto más diluida esté en agua, alcohol o lactosa, y que los fundamentos químicos de la homeopatía contradicen lo que él y sus compañeros estudiaron en la Universidad, ya que emplean disoluciones en las que no queda nada de sustancia curativa. «A partir de 12CH, no hay más que una energía difícil de comprobar», coincide Romero. «No queda nada; pero es que el agua tiene memoria. Las moléculas desaparecen, pero el medicamento funciona», mantiene el secretario de la FEMH.

«No puede haber ningún efecto farmacológico», afirma Juan Carlos López Corbalán, médico y doctor en Farmacia para quien en esta práctica «sólo hay placebo. La forma más fácil de demostrar su inutilidad es el suicidio homeopático». El año pasado, una veintena de científicos belgas lo promovió como protesta por que las aseguradoras del país incluyeran la homeopatía entre sus servicios médicos. Ingirieron en grupo una dosis infinitesimal -y, por tanto, muy potente, según los principios homeopáticos- de un cóctel de venenos: belladona, arsénico, veneno de serpiente… No les pasó nada.

Un agua muy humana

El biólogo marino Vicente Prieto cree que, «con la homeopatía, estamos hablando más de magia que de ciencia». Este científico recuerda que el agua no surge de la nada, sino que tiene un ciclo en el que pasa por la atmósfera, se filtra por las rocas, entra en contacto con miles de sustancias… Los homeópatas sostienen que la memoria del agua se activa cuando la agitan después de cada una de las sucesivas diluciones, y él se pregunta: «¿Es que sólo recuerda los buenos elementos que hemos echado en ella en un momento determinado?».

«Pensar que el agua tiene memoria y que, además, puede seleccionar aquello que más le conviene al enfermo resulta alucinante. Es concederle al agua memoria, bondad, conocimientos médicos e inteligencia. Si al agitar un vaso se activasen los compuestos con los que ese agua ha tenido contacto -incluidos venenos y productos radiactivos-, caeríamos fulminados tras beberlo», sentencia Prieto. «Los homeópatas sólo venden agua», dice el abogado Fernando L. Frías, presidente del Círculo Escéptico, asociación dedicada al análisis de las pseudociencias de la que Prieto también es miembro.

De ser real la memoria del agua, todos los controles de calidad carecerían de sentido, tanto en lo que se refiere a la potable como al agua de mar en la que se crían moluscos y peces. El líquido conservaría el recuerdo de las sustancias tóxicas empleadas en su potabilización y de todo tipo de microorganismos y metales pesados: «No importaría que en el momento del análisis no sobrepasara el límite de bacterias fecales; bastaría con que lo hubiera rebasado una vez en su historia», alerta Prieto.

Mismas conclusiones

El físico Carlos Tellería ya llegó a las mismas conclusiones que The Lancet en un informe sobre la homeopatía que preparó, junto a un colega y un médico, para la Generalitat catalana en 1996. Por eso no le ha sorprendido el duro editorial de la prestigiosa revista. «Por mucho que los resultados sean inmejorables, la tendencia a la hipertecnificación de la medicina no acaba de cubrir todas las necesidades del paciente. Cuando va al médico, la gente quiere que la curen, pero también que la escuchen, que atiendan sus necesidades emocionales. El homeópata puede dedicar una hora o más a cada paciente; eso no puede hacerse en la Seguridad Social. Si la homeopatía se integrara en la Sanidad pública, perdería su efectividad, ya que con consultas de minutos perdería el efecto placebo».

López Corbalán coincide en que gran parte del éxito de la homeopatía radica en que sus practicantes «dedican mucho tiempo y mucho interés a cada enfermo. Hay un amplio grupo de personas que necesita información y mucho mimo, más que un producto complejo. Es lo que hacen los homeópatas». Este médico llama la atención sobre el hecho de que la homeopatía suela centrarse en enfermedades «que no son graves, pero sí muy molestas. Yo les reto a que traten paradas cardiorrespiratorias, arritmias y procesos infecciosos». No da mayor importancia al hecho de que los despachos de farmacia vendan productos cuya efectividad no está probada: «Las farmacias son establecimientos sanitarios y comerciales. Hay algunas que venden agua magnetizada, gemas, pulseras magnéticas…».

«Un gran problema»

Valentín Romero calcula que «en España puede haber unos 1.500 licenciados en Medicina que practican la homeopatía; pero hay otras 10.000 ó 12.000 personas que no son médicos». Son estimaciones, porque no hay ningún censo. La Organización Médica Colegial (OMC) quiere poner orden en las llamadas medicinas alternativas y, con ese objetivo, ha creado un comité que dirige Cosme Naveda, presidente del Colegio de Médicos de Vizcaya. «Vamos a intentar regular el sector. Partimos de la premisa de que, para hacer un diagnóstico y prescribir un tratamiento, hay que ser licenciado en Medicina». El grupo de trabajo establecerá los mínimos de formación para ser considerado un experto en la terapia correspondiente y se enfrentará por último a lo que Naveda reconoce que será «un gran problema».

«A pesar de la realidad social, de la popularidad de este tipo de prácticas, ¿qué pasa si no hay pruebas científicas de su efectividad? ¿Las proscribimos? Si no funcionan, no podremos defenderlas. De hecho, no están incluidas en la medicina pública porque no han demostrado ser efectivas», admite el responsable del Área de Relaciones con las Terapias Médicas No Convencionales de la OMC, para quien el estudio The Lancet ha sido «un bombazo, pero es bueno porque va a abrir una línea de trabajo dentro de la comisión». El médico alemán Samuel Christian Friedrich Hahnemann (1755-1843) formuló los principios básicos de la homeopatía -de las palabras griegas homós (igual) y páthos (sufrimiento)- en 1810 en su tratado Organnon der rationellen heilkunde’ (El arte de la medicina racional). La homeopatía se basa en la Ley de la Similitud -una sustancia sirve para curar una enfermedad si causa los mismos síntomas que la enfermedad- y la Ley de los Infinitesimales, según la cual, cuanto más pequeña es la dosis de la sustancia administrada, mayores son los efectos en el paciente. La tercera máxima homeopática es que no hay enfermedades, sino enfermos, por lo que todo tratamiento debe ser personal e intransferible, lo que no casa con la producción en serie de preparados y su venta en masa en farmacias.

La preparación de un producto homeopático empieza con 1 gota de principio activo que se disuelve en 99 gotas de agua, alcohol o lactosa (1CH). Luego, se toma 1 gota de esa primera dilución y se mezcla con otras 99 del disolvente elegido (2CH); seguidamente, se toma 1 gota de esa segunda dilución y se mezcla con otras 99 del disolvente (3CH); y así, sucesivamente. Cada vez que se hace una dilución, se tiene que sacudir vigorosamente el preparado para hacerlo activo; es lo que se conoce como ‘dinamización’. Los homeópatas prescriben medicamentos de hasta 5.000CH, muy por encima de los 12CH en los que, según las leyes de la química, ya no hay ni una molécula de la sustancia original en el preparado. Entonces, ¿en que basarían su presunta efectividad los medicamentos homeopáticos? Según sus practicantes, en la memoria del agua, un misterioso fenómeno que confiere al líquido propiedades cuasimágicas.

Autor: LUIS ALFONSO GÁMEZ/BILBAO
Fuente: laverdad.es