Hola amigos:

Les posteo algunas de las columnas semanales de un amigo divulgador de la ciencia que tratan temas de pseodociencia.

SALUDOS MILENIO DIARIO

La ciencia por gusto – Martín Bonfil Olivera
El principio de autoridad

31-agosto-05

¿Por qué confiar en la ciencia? ¿Será porque la hacen personas muy
inteligentes y con doctorado? Así sería si la ciencia se rigiera por el
principio de autoridad: la idea de que algo vale o no dependiendo de quién
lo diga. Así funcionan la autoridad paternal y la religiosa. La ciencia
moderna, en cambio, opta por sustentar sus afirmaciones en evidencia
comprobable.

Una amable lectora me escribe para inconformarse con algunas de los puntos
de vista vertidos últimamente en esta columna. Me reconviene por no tener
una mente abiertapara aceptar los avances de la ciencia, pues pretendo
limitar la credibilidad científica a lo que, a falta de más espacio, llamé
la ciencia de a de veras. ¿Pues de cuál ciencia cree usted que hablaba yo?,
me dice, y a continuación menciona una exhaustiva lista de disciplinas que
a su parecer constituyen nuevos campos de avance de la ciencia.

Entre ellos se encuentran las prácticas hindúes de alimentarse
exclusivamente de jugos de frutas, por un tiempo o de por vida, y de
subsistir solamente a base de prana, es decir, sólo aire(aunque la
Wikipedia informa que el prana en realidad es la materia infinita de la
cual nace la energía-no me mire usted así, yo sólo transcribo lo que leí- y
previene de no confundirlo, dado que se controla por medio de la
respiración, con el aire mismo. Pero no seamos melindrosos).

Están también las investigaciones del Dr. Masaru Emoto, quien hablándole
con cariño o con sentimientos negativosal agua logra que se cristalice en
formas armoniosas o caóticas (como lo vemos al microscopio, se trata de
ciencia, innegablemente); la astrología, que es una ciencia y fue utilizada
desde las primeras grandes civilizaciones como la egipcia; la medicina
alternativa, basada en el uso de extractos de plantas, infusiones, tónicos,
etcétera, que es uno de los muchos otros métodos que utilizan la llamada
medicina vibracional, en donde se incluyen la homeopatía y las esencias
florales, entre otras.

La lista continúa: la curación cuántica, que nos permite llegar a lo básico
de la función celular, por medio de nuestro pensamiento, pasando por los
decretos arraigados en el inconsciente para eliminar los traumas y enviar
órdenes a nuestro cuerpo para que la regeneración celular ocurra dentro de
un proceso perfecto, normal, sano (esto lo saben los chinos desde hace más
de cinco mil años); los maravillosos niños índigo, de los que ya hemos
hablado en este espacio… en fin, un catálogo bastante completo.

Más allá de la credibilidad de este tipo de ideas (y de la forma en que se
usan conceptos como energíao vibraciónen formas totalmente distintas a como
se definen en Ciencias Naturales), lo que realmente me preocupó fue la
razón por la que mi estimable informadora decía confiar en ellas: ¿No le
bastan profesores eméritos de universidades cuyos trabajos son reconocidos
mundialmente?, me reprendía, y añadía una pregunta jugosa: para usted
¿cuales son los verdaderos científicos?.

Intentemos una respuesta. Mi corresponsal parece confiar en el principio de
autoridad: cree que una disciplina es científica en función de quién la
avale. El malentendido es común; mucha gente cree que la validez de la
Teoría de la Relatividad, por ejemplo, proviene del prestigio o la
inteligencia de Albert Einstein.

Y sin embargo, es un error. En ciencia, como en todas las áreas sustentadas
en el pensamiento racional, algo es válido dependiendo no de quién lo
afirma, sino de cómo lo sabe. En otras palabras, lo que garantiza la
validez del conocimiento científico es el método que se utiliza para
obtenerlo. Método basado en la experimentación y la observación controlada,
la generación y puesta a prueba de hipótesis para explicar lo observado y
(¡ojo!) la discusión entre pares para garantizar que dichas hipótesis sean
convincentes.

¿Cumplen los avances científicosmencionados por mi lectora con estos
requisitos? Hasta el momento no; no han sido aceptados por la comunidad
científica. No se trata de prejuicios, sino de control de calidad.

Los verdaderoscientíficos son los que comparten esta forma de trabajo y
estos estándares de calidad, y por ello forman parte de una comunidad. De
otro modo, no queda más que suponer que se trata de farsantes.

<mailto:mbonfil@servidor.unam.mx>mbonfil@servidor.unam.mx

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Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

email: mbonfil@servidor.unam.mx

Universum, Edificio A, tercer piso,
Circuito Cultural, Ciudad Universitaria, México D. F.

** Consulta El Muégano Divulgador,
** boletín para divulgadores de la ciencia, en:
** http://www.dgdc.unam.mx/muegano_divulgador/

***La columna “La ciencia por gusto”, de Martín Bonfil Olivera, aparece los
miércoles en el periódico Milenio Diario********
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La ciencia por gusto

Charlatanes en los medios

Martín Bonfil Olivera
13 de Agosto de 2005

Para Estrella Burgos, confiando en que sí vale la pena.

Últimamente me he topado con el problema de la desilusión profesional: esa horrible sospecha de que todo a lo que uno se ha dedicado durante años es completamente inútil. Y como usted sabe, un servidor se dedica a divulgar la ciencia, es decir, compartirla con el público.

La mala racha comenzó cuando una tarde encendí el radio para toparme con que en un popular noticiero se presentaba como “experto en medicina naturista” y académico de la Universidad de Chapingo a un charlatán llamado Erik Estrada, quien con la mayor tranquilidad del mundo afirmaba que cualquier enfermedad se puede curar con jugos de frutas, que toda sustancia artificial causa cáncer y que hormonas “artificiales”, como las que contienen las pastillas anticonceptivas, “causan cáncer” (así, sin matices), a diferencia de las hormonas naturales, que por supuesto son, según él, totalmente seguras.

El tipo demostraba la más completa ignorancia acerca de la química: las hormonas “artificiales” muchas veces se fabrican a partir de precursores “naturales” (no de la nada); de cualquier modo si ambas moléculas son idénticas no pueden tener efectos distintos sólo debido a una falsa distinción entre natural y artificial. Pero lo que más me perturbó fue saber que el señor Estrada es, al parecer, invitado habitual de Monitor, y desde esa tribuna sus mensajes anticientíficos llegan a decenas de miles de radioescuchas.

Desgraciadamente, el caso no es único: en otra estación de radio también muy popular se presentó recientemente otro charlatán que mezclaba alegremente la física cuántica (que por supuesto nunca definió) con lo que él llamaba “la espiritualidad”. Y lo mismo sucede en todas las estaciones de radio y TV. ¿Qué hace un divulgador científico cuando se topa con esto?

Hasta hace poco yo hubiera dicho que dar la batalla, pero ya no estoy tan seguro. Y es que los medios de comunicación prese
ntan dos graves problemas. Uno es la gran aceptación que tiene todo tipo de temas “esotéricos”, sobre todo los que se hacen pasar por “científicos” (astrología, ovnis, niños índigo, seudoterapias “alternativas”, curaciones cuánticas…) entre un público que simplemente no sabe que existe conocimiento mucho más confiable (y sorprendente), producto del trabajo de científicos y médicos serios. Público que, por tanto, no puede exigir que dejen de ofrecerle basura.

El otro peligro es la falsa idea que tienen muchos periodistas de que deben darle voz tanto a los expertos científicos como a los charlatanes alternativos, en aras de una mal entendida pluralidad. Se le presentan al público las opiniones de los charlatanes como si fueran tan autorizadas y confiables como las de los científicos. ¿Cómo puede un lector lego defenderse de tal abuso?

Mi desaliento llegó al límite cuando fui, con cierta ilusión cándida, a ver una película que se anunciaba a la vez como “científica” y “filosófica”: me refiero a ¿Y tú qué sabes? (What the bleep do we know?), codirigida por Mark Vicente, William Arntz y Betsy Chasse. Esta verdadera superproducción, excelentemente concebida y dirigida, con efectos especiales de primera, se basa en entrevistas con supuestos expertos en la naturaleza de la conciencia y la realidad (una de ellas es una señora que –aunque no lo dice en la película– afirma ser el canal por el que Ramtha, el espíritu de un habitante de Atlantis que vivió hace 35 mil años, se manifiesta para darnos sus enseñanzas).

La tesis de la cinta, que desgraciadamente resulta muy convincente para el incauto, es en realidad un amasijo de concepciones científicas confusas que mezclan mecánica cuántica, biología molecular y neurociencias para defender ideas como que la ciencia y la religión descubren, en el fondo, las mismas “verdades”; que uno puede modificar la realidad con sólo desearlo, o que “todos somos dioses”.

Lo triste es que la película es un éxito y está llegando a millones de personas en todo el mundo. Ante semejante panorama, ¿tendrá algún sentido seguir pretendiendo divulgar la ciencia de a de veras?

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx