Mi abuelo era espiritista. Todos los martes asistía a unas reuniones misteriosas que presidía la cabeza de San Juan Bautista desguazada sobre una bandeja. Allí se comunicaba a través de una médium con personajes que envejecían por segunda vez en el Más Allá: Sócrates, Napoleón, Simón Bolívar… Raramente, los egregios fiambres revelaban grandes cosas. Se limitaban a contar si estaban pasando apuros en el reino de los fantasmas o deambulaban con sosiego entre las tinieblas. Mi abuelo también alegaba tener poderes mentales extraordinarios, e inventaba pruebas de su existencia. Decía que era capaz de obligar a que una vaca levantara la cabeza con solo observarla a distancia. En efecto, concentraba la mirada en el animal y, al cabo de un buen rato, la vaca alzaba la testuz, como –luego lo supe– hacen tarde o temprano todos los herbívoros del mundo. Para demostrar su poder de adivinación, auguraba gravemente: “Yo sé qué piensan en este mismo instante: ¡apuesto a que quieren comer dulces!”. Y acertaba, porque ya habíamos entrevisto el paquete de colombinas que sobresalía de su bolsillo.

No hace mucho, cuando adquirí uso de razón, entendí que el mundo de los médiums, los poderes mentales y las profecías es una formidable patraña. Pero no por ello perdí el cariño por mi abuelo, que desde 1964 conversa en el otro mundo con Sócrates, Napoleón y compañía.

No solo sigo pensando igual, sino que he ampliado mi escepticismo a todas las carretas esotéricas. Ahora dizque se cumplen 50 años del espiritismo en Colombia –que tiene espiritistas practicantes desde comienzos del siglo XX– y me entero de que aún abundan los ciudadanos crédulos, como mi abuelo, y quienes explotan su candor. Una famosa médium sostiene en EL TIEMPO que ha atendido a 3.000 mil espíritus en 35 años, y ayudado a muchas almas en pena a que se sacudan los traumatismos que les dejó su paso por este valle de lágrimas.

Quienes creen en semejantes ñoñerías son los mismos que dejan un vaso de agua en la mesa de noche, invocan a José Gregorio Hernández e imaginan que les extrajo el hígado mientras dormían. Hace poco mencioné con sorna a los médicos invisibles y alguien me escribió para exigir respeto. Imposible. ¿Cómo puede uno no sonreír cuando conoce a una pareja que alega haber sido secuestrada por marcianos, o a una señora a quien le habló la Virgen del Carmen in person?

No crean en esos embustes, señoras y señores. La Fundación Randi ofrece en Estados Unidos un millón de dólares a quien demuestre poseer facultades paranormales. Nadie ha podido ganarlos. Tampoco exhiben pruebas de su hazaña los que conversaron con extraterrestres o comieron empanadas en un platillo volador. Espiritismo, poderes paranormales, ovnis, astrología, tarot, sanaciones: todo eso es paja. Son falsas ciencias cuyo mayor acierto consiste en pronosticar que la vaca alzará un día la cabeza.

Filosofía acaramelada

Me llena de orgullo tricolor el éxito de Crepes & Waffles en Madrid y deseo que se multiplique. Pero no le metan filosofía a la masa, por favor. Las declaraciones de la dueña de la empresa a Credencial –muy leídas en Internet– son un cúmulo de necedades rosadas con las que sermonea al personal. “Hago crepes con ideas caídas del cielo”… “C & W es un don de Dios al servicio de todos”… “Somos amor traducido en alimentos”… “Hay que inyectar espiritualidad a la empresa”… “Si llegas al corazón te quedas en la mente”…

Como yo solo quiero que los pasteles me lleguen al estómago y me horroriza la indigestión de “paz, amor y energía positiva”, anuncio mi retorno inmediato al cuchuco y la bandeja paisa.

Por Daniel Samper Pizano
cambalache@mail.ddnet.es

Fuente: www.eltiempo.com