Un estudio, publicado en el último número de ‘Annals of Internal Medicine’, cuestiona su utilidad en las personas con fibromialgia.Se trata de una enfermedad de la que se sabe bastante poco: no existe una prueba diagnóstica ‘de certeza’ ni un tratamiento específico y sus síntomas son ‘imprecisos’ (dolor muscular y articular, cansancio, depresión…), así que muchos afectados recurren a terapias alternativas. De hecho, se calcula que más del 60% de los pacientes utilizan alguna terapia complementaria, como complejos vitamínicos, masajes, quiropráctica o terapias espirituales.

Esto es lo que llevó a los autores del nuevo trabajo, procedentes de la Universidad de Washington (EEUU), a investigar la eficacia de uno de estos remedios. “Tratamos de determinar si la acupuntura diseñada directamente para tratar la fibromalgia alivia mejor el dolor que una falsa acupuntura”, comentan estos especialistas, que esperaban encontrar “la mayor mejoría clínica” en los pacientes que recibieron la terapia china.

La acupuntura consiste en la colocación de agujas en ciertos puntos (situados a lo largo de los 12 meridianos en que se divide el cuerpo, cada uno correspondiente a un chakra astral) para así restablecer el flujo de la energía vital o ‘qi’. Los autores ya habían estudiado esta terapia en el tratamiento de la lumbalgia y las cefaleas, dos trastornos donde la acupuntura ha mostrado resultar eficaz.

Resultados

En el estudio en cuestión han participado un centenar de pacientes (en su mayoría mujeres que rayaban la cincuentena), que fueron divididos en cuatro grupos: unos recibieron este tratamiento y los otros tres colectivos, algún falso tratamiento (acupuntura en puntos que se correspondían con otro trastorno, en zonas que no coincidían con ningún punto de acupuntura o bien una terapia con agujas retráctiles).

Tras 12 semanas de tratamiento y otros seis meses de seguimiento, los autores no han visto cumplidas sus expectativas: “No hubo diferencias significativas entre el grupo de la acupuntura y los grupos controles en ninguno de los objetivos del estudio”. Es decir, que no mejoraba ni el dolor, ni la fatiga, ni el bienestar general, en comparación con los voluntarios ‘controles’.

Asimismo, el consumo de analgésicos fue semejante en ambos colectivos: una semana después de iniciar el tratamiento, el 82% de los pacientes del primer grupo tomaba al menos un calmante, frente al 86% de los asignados a alguno de los tratamientos placebo. Al finalizar las intervenciones, el 68% y el 72%, respectivamente, seguía consumiendo ibuprofeno, paracetamol o naproxeno.

Los autores dan varias explicaciones a estos resultados de los falsos tratamientos: el efecto terapéutico de toda la parafernalia que rodea a la terapia (el ambiente relajante, la presencia del acupuntor…) o el simple hecho de participar en un ensayo clínico puede tener efectos en los voluntarios.