Cuando los símbolos se convierten en fetiches o talismanes, se está produciendo una sacralización de objetos, que raya en la idolatría. Si no en la magia más primitiva. Lo irracional comienza cuando consideremos que objetos inanimados, tales como banderas, medallas, fotos de seres queridos, o cualquier otro objeto que, para nosotros, represente un valor respetado, puede ejercer una influencia sobre el desarrollo de acontecimientos venideros. Lo que menos se nos ocurre pensar es que la actitud mental y las decisiones que adoptemos, mientras manipulamos los objetos, son la parte decisiva de nuestro éxito. Podemos obrar milagros, si nos movemos más allá de nuestras fuerzas conocidas. Porque el milagro lo llevamos dentro. Cada uno de nosotros.

El disparador, especial en cada caso, que nos hace alcanzar puntos de excelencia, nunca antes experimentados, es la concentración del esfuerzo. El deseo de conseguir algo y la voluntad de hacerlo realidad, puede darnos fuerzas para llegar más allá de nuestros límites conocidos. Esta concentración del esfuerzo se vive pocas veces.

Al experimentar un momento de fuerte deseo y concentración en el mismo, no se ve u oye lo que llega a los sentidos, sino que se interpreta lo visto y oído de forma subjetiva, condicionada por la intensidad con que afecte al espectador y las creencias que tenga. Esta deformación inconsciente de la recepción pasiva viene dada por las premisas culturales del individuo. Estando ante la verdad, sólo vemos una parte de ésta. La que estamos predispuestos y preparados a recibir.

La verdad siempre es parcial, en el sentido de que la percibimos de forma fragmentaria. Tras un velo, siempre hay otro. Para diferentes espectadores, tiene distintos aspectos. Según la porción que estén dispuestos a percibir. No tiene el mismo significado una cruz para un matemático, un hinduista, un cristiano o un buscador de tesoros.

Una simple tela, con diferentes colores, si es reconocida como una bandera, puede tener un enorme valor simbólico, para diferentes individuos, despertando odios o amores, según quien la contemple. Mientras un militar puede sentirse obligado a defender una bandera con su propia vida, para otras personas podría carecer de significado. Lo vemos todos los días, símbolos y talismanes tienen el valor que se les quiera otorgar. Creencia y realidad no siempre son coincidentes.

Autor: Emilio del Barco, Gran Canaria