En 43 años de historia espacial, los hombres han lanzado al espacio más de 4.100 naves, satélites y artilugios de distinto tipo. Muchas volvieron sin problemas a la Tierra, otros prosiguen su viaje por las estrellas, pero algunos estallaron en el espacio, o han ido perdiendo piezas con el tiempo. Estos pequeños fragmentos, que vuelan sin control, suponen el mayor riesgo hoy en día, para las naves tripuladas. Y de momento, no hay remedio para luchar contra estos pequeños ‘misiles’.
Según los diversos estudios de las agencias espaciales europea (ESA) y estadounidense (NASA), actualmente en el espacio hay algo más de 26.000 objetos observables, es decir, que miden más de 10 centímetros y pueden ser captados por radares. De ellos, 8.700 están en órbita.

Pero sólo el 7% de los artefactos que actualmente están en órbita de la Tierra son naves o satélites ‘útiles’. El 50% de los objetos en esa situación son satélites viejos -enviados a órbitas algo más altas- o fragmentos desprendidos de las misiones, como los protectores de las placas solares. El 43% restante son restos de las 160 explosiones de objetos en órbita registradas desde 1960.

Los trozos pequeños, el mayor riesgo

Pero estas explosiones no sólo han generado basura espacial ‘grande’, con fragmentos superiores a 10 cm, sino multitud de pequeños trozos de objetos de más de 1 centímetro. En concreto, entre 100.000 y 150.000, que hoy en día suponen el mayor peligro para las naves espaciales.

Y es que estos pequeños trozos de entre uno y diez centímetros no son captables por radares, pero su impacto podría destruir totalmente una nave o satélite. Y sólo la Estación Espacial Internacional está diseñada con un escudo protector capaz de defenderla de estos ‘ataques’.

La única forma que tienen los científicos de evitar aestas colisiones se basa en los modelos matemáticos, que permiten predecir que un satélite de unos 100 m2 de superficie -contando los paneles solares- orbitando a unos 400 km de altura tardará unos 15.000 años en chocar contra un objeto de este tamaño, según la ley de probabilidades.

Peligrosos precedentes

Sin embargo, esta ley matemática ha resultado en la práctica ser más preocupante. Según el doctor Heiner Klinkrad, especialista en ‘basura espacial’ de la ESA, el tiempo medio entre las colisiones destructivas de objetos con naves “es de unos 10 años”. A veces, menos.

En 1993, la misión de reparación del Hubble de la NASA descubrió un agujero de algo más de 1 cm de diámetro en una de las antenas montadas en el telescopio espacial, que había quedado inservible.

Sólo tres años después, en 1996, el satélite francés de reconocimiento militar Cerise recibió un impacto muy dañino, curiosamente, de un fragmento catalogado de la fase superior de un Ariane. Una sección de 4.2 metros del mástil de estabilización por gradiente de gravedad del Cerise quedó completamente destruida.

La cuestión para los científicos es saber si se producirán más impactos en los próximos años, aunque no es el único quebradero de cabeza que tienen respecto a la basura dejada por el hombre en el espacio tras sus viajes espaciales.

Basura ‘deliberada’

Aunque de momento es una preocupación secundaria, tanto la NASA como la ESA han puesto a varios equipos científicos a identificar los lugares donde pueden estar los restos de naves estrelladas o abandonadas en planetas que ya han pisado artilugios humanos: Marte y la Luna.

En Marte, los satélites que vigilan de cerca el planeta rojo envían imágenes con las que los científicos tratan de encontrar los lugares donde yacen los restos de la Mars Polar Lander, el Beagle o algunas naves mucho más antiguas, como el Sputnik de 1962, la Mars 7 de 1973 o la sonda Climate Observer, de 1999.

Pero el caso más curioso, sin duda, es el de la Luna, donde desde hace años hay un pequeño basurero con los restos de ‘cacharros’ olvidados allí por los 12 hombres que han pisado el satélite: los módulos lunares utilizados por las misiones Apolo, los rovers soviéticos Lunokhod, las pelotas de golf lanzadas allí por el astronauta Alan Shepard y hasta algunos pequeños altares con fotografías que los hombres de la NASA dejaron allí en recuerdo a sus compañeros fallecidos en el intento.

Restos ‘útiles’

Sin embargo, no toda la basura espacial supone un peligro para el hombre y sus inventos. Desde que comenzó a funcionar el cosmódromo de Plesetsk, decenas de habitantes de las estepas del nortoeste de Rusia recolectan cada año varias toneladas de restos de naves que caen del espacio para utilizarlos en sus casas: baterías eléctricas para conectar luces, planchas de metal para construir chabolas…

En esta zona, muy despoblada, caen los restos de los cohetes propulsores de las naves tras su despegue, y sólo en 2003 los rusos recogieron 20 toneladas de ‘metal espacial’.

Sin embargo, los científicos alertan de los peligros que supone acercarse a este material, que no sólo está incandescente cuando cae a la Tierra, sino que a veces puede ser contaminante. Los cohetes de las Soyuz, que utilizan queroseno y oxígeno, no son muy tóxicos, pero los modelos más antiguos, los Tsiklon y los Rokot, utilizan como combustible Heptilo, un metal altamente contaminante. Quizá por eso la tasa de mortalidad en estas poblaciones se ha incrementado en algunos casos hasta un 30%.
(Fuente: El Mundo)