Las épocas de dogmatismos coinciden con la decadencia científica de los pueblos. Durante la Baja Edad Media europea, se perdió todo el saber de la antigüedad clásica. Los conocimientos astronómicos y matemáticos de egipcios, persas y sumerios se trastocaron en la astrología supersticiosa de la profundamente oscura Edad Media cristiana. Efecto lógico de la obediencia ciega a los más fanáticos. Había que destruir todo lo considerado pagano. Siguiendo las indicaciones de San Pablo, en su Carta a los Romanos: “¡Sométanse todos a las autoridades que ejerzan el poder! Pues no hay autoridad sino por deseo de Dios… Los que se rebelen, acarrearán sobre sí mismos su condena… no en vano lleva el gobernante la espada, que está al servicio de Dios, como vengadora de la ira divina”. Varía el método, para conseguir el mismo fin. El poder, el control de los humanos.La vuelta actual al dominio de las creencias es una involución del progreso de la Humanidad. Sólo las sociedades primitivas rigen sus actos condicionándolos a las creencias inherentes a la misma. Se evitan las innovaciones sociales, porque en el estancamiento del progreso encuentran los privilegiados el medio ideal para conservar las ventajas adquiridas. Con estas premisas básicas, no es raro comprobar que los grupos dogmáticos siempre han sabido dónde colocar la razón. Junto al poder de la diestra.

Durante el pontificado de Pío XII, amigo de numerosos prohombres, se firmaron tantos concordatos cuantos dictadores fascistas hubo en los países firmantes. No olvidaron ni uno: Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, Perón, Trujillo, Chank-Kai-Check, Petain… todos muy condecorados sobre sus uniformes militares. La diplomacia romana obró milagros, lavando manchas de sangre. Dieron la mano a todos los demonios del mundo, sin tiznarse los guantes. La memoria histórica de las instituciones no debería ser tan selectiva, mostrando sólo sus luces. Siempre hay más sombras escondidas que cimas brillantes.

Así que ahora no nos podemos maravillar de las reacciones habidas con posterioridad. No es más que una ley física. Cada acción desencadena una reacción. En consecuencia, los eternos revolucionarios son los que provocan, al final del ciclo, una mayor reacción estática. Quienes creen haber llegado a la provocación de la crisis total, ya no cambian más, se fosilizan. Cuando dejas de ser oveja para convertirte en pastor, empiezas a ser la competencia del lobo. Llegado aquí, me pregunto ¿es mejor el pastor que el lobo? ¿No se puede ser lobo y pastor al mismo tiempo? Parecen de la misma esencia. Ambos aspiran a idéntica presa, quieren comerse la oveja. El lobo quiere una, el pastor todas.

Autor: Emilio del Barco
Fuente: http://www.canariasahora.com/opinion/editar_opinion.asp?idopinion=3770