El origen de las rogativas hay que buscarlo en los primeros años de la cristiandad. Rogativas, bendiciones de campos, procesiones, conjuros y exorcismos vienen realizándose desde hace siglos para implorar a Dios, a la Divina Providencia, su interseción para acabar con los males de otras épocas. La espiritualidad religiosa popular combatía las sequías y peste, plagas en el campo, granizadas, tormentas, rayos y truenos, cualquier tipo de catástrofe, recurriendo a las rogativas y procesiones. Fueron el recurso a lo sobrenatural cuando no había medios científicos ni técnicos para otros remedios.Dice un refrán popular que «a falta de pan, buenas son tortas». Las rogativas nacen para pedir ayuda a la iglesia, buenas condiciones meteorológicas (pan, trigo, en definitiva, tan importante para la alimentación), cuando la climatología era adversa; y, también, cuando las condiciones higiénico-sanitarias (la peste) y las fuerzas de la Naturaleza (terremotos, inundaciones) sembraban el terror entre la población.

Todas las crónicas cuentan que las rogativas nacen con San Mamerto, año 469. Las rogativas siguieron siempre un método procedimental. Los perjudicados trasladaban su inquietud a las autoridades municipales. Tras la correspondiente evaluación planteaban la iniciativa a las autoridades eclesiásticas y éstas fijaban fecha y condiciones para la elevación de las plegarias del pueblo.

Los imperativos divinos establecían el pago de diezmos a la iglesia como medio para la restitución de los pecados, como vía para obtener la gracia y el perdón, porque de lo contrario se llevará «el diablo lo que no quisiere dar a los sacerdotes».

Un poco de historia

Uno de los referentes más antiguos que se conservan habla de la figura de San Gregorio Ostiense. Según la leyenda, una plaga de langosta arrasó los campos de Navarra y La Rioja el año 1039. Los habitantes de ambas zonas solicitaron la mediación del Papa Benedictino IX, quien envió al cardenal Gregorio, obispo de Ostia (Italia) (no hay constancia histórica) después de tener una visión en la que desaparecía la plaga.

El cardenal Gregorio llegó a La Rioja, predicó penitencia durante cinco años, promovió procesiones, rogativas y otros sacrificios. La plaga de langosta desapareció. Entre sus colaboradores contó con la ayuda de Santo Domingo.

Gregorio, dicen, murió en Logroño en el 1044 ó 1048. Su cuerpo fue colocado sobre un caballo y fue enterrado allí donde el animal se paró por tercera vez, como había dejado escrito en su testamento. El lugar, situado junto a una pequeña ermita en el alto de Peñalba, se encontraba en las proximidades de Sorlada (Navarra). Desde entonces, la tumba del santo se convirtió en un lugar de peregrinación de gentes que solicitaban su mediación para acabar con las plagas de langosta. Su devoción se extendió por España.

Tocar a hielo

Superstición y religiosidad han ido de la mano durante siglos hasta constituir un medio de salvación al que se aferró la esperanza de una población rural para terminar con el horror, la miseria y los males de la naturaleza.

Siglos más tarde, cuando Gaspar Melchor de Jovellanos visitó La Rioja en 1795, persistían las viejas creencias y supersticiones. Así escribe: «Hizo frío anoche; tocaron a hielo; aquí se cree que las campanas mandan sobre todos los accidentes naturales del clima y la estación».

Las campanas no sólo tocaban a muerto (de una forma u otra si era hombre o mujer), a fuego… sino también a ¿hielo! porque las campanas en otros tiempos fueron un elemento de comunicación. Jovellanos menciona en su primer viaje a La Rioja un libro sobre conjuros y rogativas editado en Bilbao en 1720 que recopila numerosas actividades desarrolladas al efecto en nuestra región.

La creencia popular está tan extendida en la civilización judeocristiana desde la Biblia que hasta muy recientemente se consideraba que las plagas eran un castigo divino por los pecados de la sociedad. Hasta Felipe IV consideraba que sus pecados eran los causantes de las desgracias que afectaban a una monarquía española en plena decadencia.

Y si en Anguiano cuenta un dicho popular «Santa María Magdalena, si viene una tormenta de piedra, mándasela a los de Baños», en el refranero se menciona aquello de acordarse de Santa Bárbara «cuando truena».

Las campanas, decían los abuelos, aquí, en La Rioja, podían «ablandar» las nubes que estaban cargadas de hielo y deshacerlo para que cayera sólo agua. A Santa Bárbara se la invoca en las tormentas y en los incendios. Su padre quiso ejecutarla y un rayó lo fulminó.

El origen de las fiestas

Las fiestas de La Rioja tienen unos orígenes singulares. Las del ‘pan y queso’ en Quel rememoran una peste de 1479 que asoló toda la región. Los lugareños encendieron trece candelas por Jesucristo y los doce apóstoles para invocar su protección. En Alfaro, el grupo scout ‘Monegro’ ha recuperado hace muy pocos años una vieja tradición del siglo XVI-XVII con una romería al monte de Yerga en la que, antiguamente, realizaban rogativas para pedir lluvia.

San Isidro, patrón de los labradores, ha dejado de ser fiesta en la región; sin embargo, se mantiene en muchos pueblos de la comunidad. Las procesiones con el santo a hombros y otras advocaciones locales por los alrededores de los pequeños municipios, son unas de las más celebradas.

Las procesiones con santos locales a los que suele acompañar el de los agricultores para pedir agua han sido tradicionales en nuestra región.

San Marcos ha protegido a los ganaderos. La Virgen de Agosto recuerda la finalización de la época de recolección de las cosechas. San Martín, las matanzas. San Antón protege a los animales y en especial a los cerdos. San Blas, los males de garganta. Santa Lucía, la vista y San Roque, uno de los más populares en La Rioja, defiende a las gentes de la peste.

Por razones similares salen todavía en Murillo de Río Leza cuando falta agua, y lo han hecho en una larga relación de municipios de la región en los últimos años.

Las tormentas de pedrisco y la sequía de la última década han servido para rememorar viejos tiempos que quedan en la memoria histórica de las sociedades rurales y que han desaparecido de las ciudades.

Fuente: http://www.larioja.com/pg050310/prensa/noticias/Sociedad/200503/10/RIO-SOC-101.html