En el ciclo majadero de eso que en la televisión llaman informaciones relativas al año nuevo -junto a las guaguas de parto a la hora exacta, a los rituales de las lentejas y los churrines amarillos- lo que causa más gracia es el conjunto de predicciones afines. A veces, hasta el propio locutor no se contiene de la risa, al presentar a los adivinos, agoreros, numerólogos, mentalistas, astrólogos, cuenteros y charlatanes varios. Asoman con sus instrumentos de adivinación en un escenario oscuro de cortinas negras y lánguidas velas, a veces disfrazados como para un carnaval, y con un rostro impávido proceden a ejercer su oficio de la futurología.Si cualquiera de ellos fuese un adivino, es como para enemistarse para siempre con la condición humana por el modo en que se repartieron los dones. Se trata más bien de sujetos vivos -vivarachos- que cuando mucho han leído un tratado de cartomancia, han visto un mapa de las estrellas en una enciclopedia infantil, se compraron un naipe colorido en un bazar de antigüedades y ya. Vamos adivinando. El año del mono cambia por el año del gallo, los astros azules titilan a lo lejos y me pica el dedo gordo de mi pie izquierdo. Tenemos ahí material suficiente para el arte de la adivinación.

No faltan los brutos que creen, y justifican el sueldo de los charlatanes que se amparan en un montón de ideas vagas y hechos que se caen de cajón, o que no precisan de cartas ni dados para concretarse. Vea usted: será un buen año en la economía, la selección chilena no clasificará para el mundial de Alemania. Y otros todavía más ambiguos: morirá alguien importante, habrá un matrimonio de personajes de la farándula. ¡Así, cualquiera!

Hace muchos años asistí a la sesión con una mentalista, leedora de cartas, que me recomendaron. Bien aceitada con billetes, la señora iba tirando anzuelos por si yo picaba y le decía que sí, que es cierto, cómo supo. Me habló de numerosas situaciones “en mi futuro” que no se han cumplido ni cerca: viajes, dinero, laureles, chiquillas y más viajes. Ya ve: aquí me tienen todavía, desde mi ventana con vista al muro.

Los charlatanes, por cierto, ni se ubican que este asunto del cambio de año es una arbitrariedad de los hombres, que en nada se condice con el ciclo del universo. Digo arbitrariedad contemporánea, pues había más sabiduría en las civilizaciones antiguas que hallaron en los solsticios y equinoccios una señal inequívoca de la mecánica de las estrellas. Eso sí vale.

La inspirada astróloga de la televisión, por ejemplo, sentencia que el 2005 será un buen año en el amor para los nacidos bajo el signo de escorpión. Más que incredulidad, me causa risa. Cómo una doceava parte de la humanidad va a compartir la misma suerte. Aquí tenemos a la parca estadística como antídoto contra la charlatanería.

Creo en el adagio de la ciencia de que somos polvo de estrellas: debe haber una secreta relación entre nuestras almas individuales y la posición de los astros, cada día. Pero tal intimidad de alma y materia permanece invisible a los hombres (menos mal), y mucho menos visible a los pelafustanes de la tele que pretenden pronosticarme el futuro.

Ahora, espero que tampoco sean brujos, y no puedan endilgarme una maldición a la distancia.

Tito Matamala

Fuente: http://www.elsur.cl/edicion_elsur/secciones/articulo.php3?id=47643