Como si se tratara de la caza de especies exóticas, la temporada de balances periodísticos es breve e intensa. Es igual que la temporada de pronósticos, que también “cae” en estos días de fin de año.
El hacer un balance noticioso se ha convertido en un ejercicio rutinario muchas veces. De esos que el lector de diarios conserva para leer más tarde… o quizás nunca. En la radio y en la TV parecen constituir la mejor base para la programación de Año Nuevo, cuando se medio escucha o medio mira a medias, esperando las campanadas y fuegos artificiales de las 12.
Los pronósticos, que suelen abundar en esta misma época, también tienen una fatal propensión a ser lateramente rutinarios: un terremoto en Chile, inundaciones en Bangladesh, hambrunas en Africa, sequía en China, incendios forestales en California, atentados en Medio Oriente… Pero, además, son engañosos. Aparte de carecer de toda base científica seria, nunca anuncian los acontecimientos que sobrevienen sin advertencia previa, salvo aquéllos –como los mencionados- que tienen una alta probabibilidad estadística de repetirse. Nadie anticipó, por ejemplo, el catastrófico empantamiento en que terminaría la invasión a Irak. Ni el abrupto cambio de opinión del electorado español después de los bombazos en Atocha, el 11 de marzo. Tampoco apareció en ningún pronóstico ni horóscopo la caída del puente Loncomilla o la conmoción nacional por el informe sobre la tortura. La carta astral de Gemita Bueno no su protagónico, aunque breve, papel en la vida chilena. La futurología basada en la posición de estrellas y planetas no parece una ciencia muy exacta. Sin embargo hay quienes creen en ella: en 1999 el 41 por ciento de los jóvenes españoles dijo creer en la astrología y el horóscopo, el 33 por ciento en la posibilidad de predecir el futuro, el 29 por ciento en los sanadores espirituales y el 20 por ciento en que existen personas capaces de comunicarse con el más allá. (Base: Estudio Jóvenes españoles 99, realizado por la Fundación Santa María bajo la dirección del sociólogo Javier Elzo). Más aun, cada día miles de personas de todo el mundo toman decisiones importantes, decisiones médicas, profesionales o personales basándose en los consejos de astrólogos o de publicaciones astrológicas.
El 17 de agosto del 2003 el Daily Telegraph de Londres informó sobre un estudio científico acerca de los horóscopos llevado a cabo con personas nacidas a principios de marzo de 1958. Muchos nacieron con una diferencia de minutos entre ellos. Según la astrología, deberían tener muchos rasgos en común. Los investigadores, sin embargo, descubrieron que no había prueba alguna de similitudes.
En septiembre de 1975, 192 científicos (entre los cuales figuraban 19 galardonados con el Premio Nobel), firmaron una declaración en la que se afirmó: “Es sencillamente un error imaginarse que las fuerzas ejercidas por las estrellas y los planetas en el momento del nacimiento puedan determinar de manera alguna nuestro futuro. Tampoco es cierto que la posición de los astros determine que ciertos días o períodos sean más favorables para ciertas acciones, o que el signo bajo el cual se nace decida la compatibilidad o incompatibilidad con otras personas”.
Parece inofensivo. Y así lo dicen muchos lectores de horóscopos que los consideran una simple diversión. Pero si uno los toma en serio pueden ser tremendamente peligrosos. Tal vez por eso convenga, en estos días en que nos inundan las predicciones y los augures de todo tipo, que nos quedemos con los resúmenes del año. Son más seguros.

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