«HAY gente que ha descubierto invocaciones satánicas en la música rock», dijo Christopher French, psicólogo de la Universidad de Londres. Y sonó en el auditorio un fragmento de ‘Stairway to heaven’, de Led Zeppelin, reproducido al revés. El psicólogo preguntó al público si alguien había identificado la palabra ‘Satán’: un puñado de personas levantó la mano. La segunda vez que sonó la canción, casi todos escucharon ‘Satán’. Entonces, el conferenciante explicó que hay quien sostiene que ese fragmento contiene una larga invocación al Maligno y proyectó el texto en una pantalla. La gente se rio, incrédula. La música volvió a sonar y, sorprendentemente, todos escucharon la diabólica perorata donde antes no había nada. Ocurrió el 9 de octubre en Abano-Terme, cerca de Venecia, donde 420 científicos, ilusionistas y periodistas analizaron durante tres días el auge de la creencia en lo paranormal.

Los asistentes a la conferencia de French, dedicada a la psicología del
autoengaño, fueron víctimas del mismo fenómeno que nos hace ver animales en las
nubes y rostros en las mesas de mármol. Se conoce como ‘pareidolia’, una ilusión
que hace que percibamos un estímulo sin sentido o ambiguo -las manchas en un
mantel- como algo definido -un rostro o un objeto-. «Se suele asumir que el ojo
funciona como una cámara de fotos y el oído como una grabadora. La psicología
sabe desde hace siglos que no es así. Nuestro cerebro está preparado y diseñado
para encontrar patrones hasta donde no los hay», advierte Carlos Álvarez,
profesor de Psicología Cognitiva de la Universidad de La Laguna. Esa búsqueda
inconsciente de orden en el caos está probada en la vista y el oído, y es
posible que también afecte al resto de los sentidos.

Ventaja evolutiva

«Investigaciones con recién nacidos han revelado que prefieren como estímulos
visuales aquéllos que parecen una cara humana; aunque sea una dibujada con dos
puntos como ojos, una raya vertical a modo de nariz y otra horizontal como
boca», explica Álvarez. La inclinación de los bebés a reconocer como un rostro
incluso lo que no lo es demuestra que esa capacidad es innata. Pero también hay
en la ‘pareidolia’ un componente cultural que hace que nuestras expectativas y
creencias influyan en lo que percibimos. «Si creemos en Jesús, tenderemos a ver
a Jesús, no a Buda», indica el psicólogo canario. Será, por supuesto, el Jesús
de la iconografía cristiana, porque nadie sabe cuál era la apariencia del
personaje histórico.

¿Pero por qué nuestro cerebro busca y encuentra algo donde no lo hay, formas
definidas en borrones de tinta? Los expertos apuntan a que esa capacidad pudo
suponer una clara ventaja evolutiva. «Es posible que uno de nuestros antepasados
viera una mancha amarilla entre la maleza, saliera corriendo por temor a que
fuera un tigre y al final se tratara de una fruta. Pero, si alguno no huyó por
sistema ante un estímulo de esas características, es muy probable que acabara
siendo devorado», apunta Álvarez. Descendemos del homínido que puso tierra de
por medio entre una imagen o un sonido sospechoso y él; al que se quedó, tarde o
temprano se lo comió una fiera.

Esta ventaja evolutiva tiene su contrapartida, como apunta Carl Sagan en su
libro ‘El mundo y sus demonios’ (Editorial Planeta, 1997): «Como efecto
secundario involuntario, la eficiencia del mecanismo de formas en nuestro
cerebro para aislar una cara en un montón de detalles es tal que a veces vemos
caras donde no las hay. Reunimos fragmentos inconexos de luz y oscuridad e,
inconscientemente, intentamos ver una cara». «Al ser un proceso sobre el que
carecemos de control consciente, puede derivar en ilusiones y alucinaciones»,
señala Álvarez.

French recuerda el caso de un psiquiatra y parapsicólogo, Berthold Schwarz, al
que sorprendió la aparición de un ‘remolino’ en algunos fotogramas de una
película de 8 milímetros rodada por un joven que decía tener poderes psíquicos.
El investigador identificó en el ‘remolino’ varios rostros, un retrato de Jesús,
un ovni, un torso femenino con pezones, pechos y muslos, y hasta un bebé
naciendo. Tuvo que pasarlo muy mal cuando, en una rueda de prensa, el joven
confesó que no era un psíquico, sino un ilusionista que participaba en un
proyecto para poner a prueba los métodos de trabajo de los parapsicólogos, y que
el enigmático ‘remolino’ se debía a que había escupido en la lente de la cámara.

Dios y los fantasmas

Que las creencias hacen a los sujetos más propensos a dotar de significado
estímulos sin sentido se ha comprobado experimentalmente. En diciembre de 1996,
la aparición de la Virgen María en los cristales mal aclarados de un edificio de
Florida atrajo hasta el lugar a más de medio millón de devotos; en enero de
2003, decenas de personas rezaron en una playa de Sydney en dirección a una
valla de madera situada a unos 300 metros, parte de la cual parecía, desde la
distancia, una silueta de la Virgen. En las fotos de la región marciana de
Cydonia tomadas por la sonda estadounidense ‘Viking 1’ en 1976, algunos
creyentes en los platillos volantes ven una esfinge, a la que otros suman
pirámides y hasta las ruinas de una ciudad; todo ello ha sido borrado de la
superficie del planeta rojo por la más aguda vista de la ‘Mars Global Surveyor’.

Pero que alguien sea más propenso por razones culturales a encontrar patrones
donde no existen no quiere decir que haya gente inmune al fenómeno. «Nadie esta
libre, porque se trata de una propiedad fundamental y característica de nuestro
cerebro. Los procesos cognitivos y perceptivos son algo universal en nuestra
especie», señala Álvarez. El público de French en Abano-Terme no creía que
hubiera un mensaje satánico en ‘Stairway to heaven’ -como defienden algunos
fundamentalistas cristianos-, pero lo acabó escuchando cuando el conferenciante
dijo lo que debía oír. «Tan pronto como sabes lo que se supone que tienes que
escuchar, lo percibes claramente», explica el psicólogo inglés. Y, una vez que
se interpreta un estímulo vago como algo coherente, resulta casi imposible no
caer en la ilusión, aunque uno no crea que los cantantes de rock esconden
mensajes en sus composiciones para quienes las reproducen al revés.

«¿Qué puedo decir? Es la prueba definitiva: ¿El Padre, el Hijo y la Santa
Tostada!», dice Christopher French sobre el emparedado de queso con la imagen de
la Virgen María vendido a finales de noviembre en una subasta en Internet por
28.000 dólares. Diane Duyser, de cuya tostadora salió la rebanada en 1994,
seguramente no sabe que debe su golpe de fortuna a una combinación de una
capacidad innata y de nuestro bagaje cultural. «Las creencias mueven montañas y
quien cree es capaz de hacer cualquier cosa. ¿No hay gente que pagaría una
millonada por un pañuelo sucio de Elvis? Pues esto es lo mismo», concluye Carlos
Álvarez.

Fuente:

http://www.diariosur.es/pg041221/prensa/noticias/Sociedad/200412/21/SUR-SOC-227.html