Hicieron su agosto ayer los expertos en auspicios y los entendidos en agüeros; los licenciados en adivinación y los master en ciencias ocultas; los arúspices que desentrañan el porvenir observando el hígado de las ocas y los onirománticos que adivinan el futuro a través de los sueños, pero sin Freud.

Trabajaron como nunca los pillos de la quiromancia y el vudú; las echadoras de tarot y los diseñadores de cartas astrales; los duchos en jettatura , que desarrollan a distancia energías negativas y los conjuradores del mal de ojo, que alejan los negros presagios mediante pases magnéticos.

Algunos echaron mano de la ornitomancia e intentaron averiguar lo desconocido a través del vuelo de los pájaros; invocaron la ouija con media docena de murciélagos alrededor de un velador. Y hubo gente que recurrió a la buenaventura, el I Ching , la magia negra, la numerología, la cristalomancia, los aros de cebolla, la telequinesia y hasta esa interpretación de mensajes escondidos en los libros que ahora se llama bibliomancia.

Para entretener la espera de los resultados de las elecciones de Estados Unidos la gente se dedicó anoche a las más extrañas cábalas, conjuros y hechizos. Hubo quien recurrió a la fórmula de la dinastía Shang china, en la que se grababan y calentaban omóplatos de buey y caparazones de tortugas y según las grietas formadas en la inscripción se deducía un mensaje.

Hubo quien pronosticó que Bush perdería según la maldición de tecuseh, que se ha cumplido con todos los presidentes elegidos en años terminados en cero. Hasta hubo quien invocó el resultado del último partido de fútbol americano antes de las elecciones, que nunca falló a la hora de averiguar quién gana. Con lo bonito que es darle una oportunidad a la sorpresa.


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