Al temblor de la pequeña mesa siguió un crujido que estremeció los dedos de las cuatro adolescentes. Era de noche, y el viento hacía remolinos en el patio. De repente, el cristal se resquebrajó bajo las miradas alertas y las gargantas enmudecieron. El juego de la copa había concluido, y con él una experiencia tan antigua como tentadora: invocar espíritus.

Página externa original:

Reportar enlace roto