El gallo, ese altanero animal que impera en nuestros corrales, celoso pachá de nuestros gallineros que cuida su nutrido harén con bizarra agresividad, esa ave majestuosa que canta a la salida del sol, ha recibido, a lo largo de los tiempos y en las distintas sociedades, desigual favor de parte de la superstición popular. Emblema de la vigilancia y la actividad, es además símbolo del valor, la abundancia, la fecundidad, pero también es el animal predilecto para prácticas de adivinación y hechicerías.

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