Hace un año que supuestamente nació el primer bebé clonado del mundo. “Eve” o Eva, según la Biblia “la madre de todos los vivientes”, llegó al mundo el 26 de diciembre, y precisamente en Israel, la “tierra prometida”. Gisela Ostwald/DPA

Pero si Eve realmente existe y si fue clonada a partir de una célula de la piel de su madre, es un hecho que hasta ahora sigue sin ser demostrado.

La química francesa Brigitte Boisselier, la llamada obispo de la secta de los ufólogos raelianos, no llegó a proporcionar jamás una prueba de su existencia. Todo es silencio en torno a Boisselier, que fue quien supuestamente creó a Eve en su laboratorio.

Con su “buena nueva” del bebé clonado de Navidad, la investigadora causó expectación mundial. El presidente francés, Jacques Chirac, se manifestó indignado por tales “manipulaciones criminales” y exigió una prohibición de toda clonación humana con fines reproductivos.

El miedo a las posibles consecuencias apocalípticas se agudizó aún más cuando Boisselier anunció otros dos bebés clonados para comienzos de 2003 en Europa y Asia, respaldada, al menos verbalmente, por su colega italiano Severino Antinori.

Pero jamás se supo nada de los supuestos bebés clonados de Antinori. Y Boisselier se retractó muy pronto de su promesa de permitir que un equipo científico independiente confirmara que Eve era la clonación de su madre.

Cuando un abogado recurrió a un tribunal de Florida y, aludiendo a los riesgos médicos de la clonación, presentó contra los padres de Eve una querella formal por poner en peligro la salud de un niño, Boisselier rompió todo contacto con la familia.

Afirma carecer de toda información sobre su paradero y que por eso no puede proporcionar la prueba genética. El Ministerio israelí de Información siguió la pista al asunto y acabó por declarar a la supuesta niña clonada como “inencontrable”.

Igualmente misteriosa fue la existencia de los otros dos supuestos bebés clonados. Boisselier afirmó haber hecho nacer uno de ellos de una pareja lesbiana en Europa, mientras el otro fue clonado de una célula de un niño japonés muerto a la edad de dos años. Pero de ninguno de ellos dio pruebas de su existencia y de su identidad.

El fundador y líder de la secta raeliana en Canadá, el ex cantante pop y corredor de Fórmula 1 Claude Vorilhon, comparó la llegada “del primer bebé clonado del mundo” con el nacimiento de Cristo.

Naturalmente a él le habría gustado que Eve hubiese llegado al mundo por la Nochebuena. “Sin embargo, por razones técnicas ello sólo fue posible dos días después”, según reconoció en una entrevista periodística.

Es ya hora “de reemplazar a Dios por la ciencia”, dijo Vorilhon, y advirtió que todo aquel que rechaza la clonación por razones religiosas está retrocediendo “a una época oscura”.

Ayudó a Boisselier a crear la firma Clonaid en Las Vegas y actualmente trabaja en un programa de computación de sexo virtual para posibilitar a la humanidad la vía hacia la era de la ciencia, declaró Vorilhon o “Rael”, como se hace llamar hoy.

Para impedir que otras personas actúen como Boisselier y Antinori, la comunidad internacional quiere imponer una prohibición mundial a la clonación.

Pero, tal como ocurre con frecuencia en las Naciones Unidas, se discute ardientemente el “cómo”. Países de gobiernos conservadores encabezados por Costa Rica y Estados Unidos exigen una amplia prohibición que incluya también la llamada clonación terapéutica de células madre embrionales.

Por el contrario, países como Gran Bretaña, China o Singapur creen que, con ayuda de células madre, algún día se podrán crear órganos y articulaciones sustitutivos para personas enfermas, y se defienden contra la exclusión de la clonación terapéutica.

La diferencia pasa exactamente por medio de la comunidad internacional: en una votación en el Sexto Comité de la Asamblea General, competente para cuestiones jurídicas, la diferencia fue recientemente de sólo un voto. Ese voto decidió que el debate sobre la clonación quedase postergado hasta nuevo aviso.

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